Las granjas urbanas y los huertos comunitarios están cambiando la forma de entender y vivir la ciudad.
Fuente: El Correo del Sol
Desde el huerto de Eagle Farm, en un tejado de Brooklyn, se puede tocar la línea del cielo de Manhattan. Hay que respirar hondo después de subir los cinco pisos y frotarse varias veces los ojos para no quedar deslumbrado ante el doble espectáculo del “skyline” de coles y tomateras, rivalizando con el Empire State y el Chrysler Building.
Para Annie Novak, la granjera en el tejado, el increíble contraste entre la huerta y el asfalto forma ya parte de su quehacer cotidiano: “A mí me tira mucho Nueva York por su bombardeo constante de ideas y estímulos. Aquí llevo una vida sana: como lo que yo cultivo, reparto la cosecha en bicicleta, tengo una comunidad de gente cercana… No hace falta renunciar a la ciudad para estar en contacto con la tierra”.
A sus 29 años, después de vivir en Sevilla y Ghana (donde se forjó como agricultora), Annie Novak pertenece a la nueva generación de “rurbanitas” que están redefiniendo la vida en la ciudad… “Recogemos el testigo del movimiento de vuelta a la tierra (“back to the land”), sólo que en sentido inverso. No queremos aislarnos del mundo en una comuna. Somos parte de la cultura urbana y queremos transformarla desde dentro”.
Annie no está sola en este intento. Decenas de voluntarios y cientos de estudiantes pasan todos los años por su tejado-granja de 2.000 metros cuadrados. Nueva York vive en pleno “boom” del cultivo en las alturas, y el movimiento de los “greenhorns” (jóvenes granjeros urbanos) está reverdeciendo desde dentro ciudades como Chicago, Detroit o Portland.
Los “rurbanitas” (rurales y urbanos al mismo tiempo) traen a la ciudad lo mejor del campo, incluidas la abejas, que han encontrado su perfecto hábitat entre los rascacielos… “Tuvimos que batallar duro por la 'legalización', y sobre todo para romper la percepción de abeja igual a peligro”, reconoce Andrew Coté, al frente de la Asociación de Apicultores de Nueva York.
Coté ha encontrado en la ciudad su espacio natural y su sustento económico, con la ayuda de las melíferas neoyorquinas repartidas en una veintena de colmenas urbanas. Los botes de Andrew's Honey son una de las mayores atracciones del mercado de granjeros de Union Square, donde la Miel de la Segunda Avenida (a 15 dólares el bote) rivaliza con la Miel de la Sexta Avenida. Aunque, puestos a recomendar, él se inclina por la Miel de Brooklyn, con toda la esencia del jardín botánico.
La apicultura urbana, los huertos en los tejados, los balcones comestibles o los jardines verticales son la máxima expresión de esa cultura de “manos en la tierra” que está calando en las ciudades y que la británica Alex Mitchell refleja en su libro The rurbanite (“El rurbanita”).
Alex Mitchell no recuerda muy bien la primera vez que llegó a sus oídos la palabra “rurbanita”, pero no tardó en identificarse con ella y en encontrar la definición perfecta a su dilema, compartido por tantos: cómo vivir en el campo sin dejar la ciudad…
“Las ciudades están experimentando un proceso de transformación verde desde dentro. Y ya no es puñado de alternativos, o la acción de las guerrillas verdes… Ahora ya es una ola de ciudadanos que reclaman otra forma de vivir en las urbes, con un contacto mucho mayor con la naturaleza”.
“La gente le ha perdido el miedo a cultivar y ése ha sido el primer gran paso”, asegura Mitchell. “En La Habana o Hanoi se cultivan más del 60% de los alimentos dentro del término urbano. Hablamos quizás de dos ciudades forzadas por la necesidad, pero en Detroit la agricultura se ha convertido en la cura contra la decadencia urbana. Y en Hong Kong, en Berlín o en Londres está pasando lo mismo”.
En Londres, con su increíble despliegue de parques, granjas urbanas y jardines comunitarios, ha surgido el no va más todavía: The Edible Bus Stop. La modelo Mak Gilchrist ha puesto manos a la obra a cientos de voluntarios que aspiran a convertir la ruta del autobús 322 en la más comestible del planeta. Con ella estuvimos plantando en ese increíble espacio en Landor Road, donde los vecinos pueden servirse lechugas y tomates según se bajan del autobús…
“Un jardín de rosas es bonito, pero no incita a meter las manos en la tierra”, advierte Gilchrist. “Una tomatera engancha sin duda mucho más. Las plantas comestibles son más inclusivas y crean comunidad. Para la gente mayor, que vivió en el campo, es un reencuentro con sus raíces. Para los niños pequeños, es una fuente incesante de diversión y educación. ¿Por qué comprar una lechuga en el supermercado si podemos hacerla crecer en la tierra?”.
En los terrenos cultivables de Londres podría crecer hasta el 26% de la verdura y la fruta que se consume podría cultivarse en los espacios libres de la ciudad. “A mucha gente nos pasa que vamos caminando por el asfalto y no dejamos de ver espacios donde plantar lechugas”, confiesa Alex Mitchell, autora de El rurbanita. “Reconozco que a veces fantaseaba con tener gallinas o con comer hierbas silvestres que crecían junto a la acera”.
Antes de llegar a ese extremo, Alex Mitchell ha decidido dejar temporalmente el barrio de Greenwich y marcharse al campo, campo… “De alguna manera he traicionado el espíritu de mi libro, pero no es una decisión definitiva, sólo que mis hijos están en una edad en la que necesitan más naturaleza. Aunque tengo que reconocerlo: el campo puede resultar atractivo a primera vista, pero tiene grandes desventajas. Dependes más del coche, gastas más energía, hay menos gente con la que hablar y menos inquietudes que compartir. En una ciudad nunca te aburres, siempre hay estímulos… Y ahora se están sembrado las semillas de una vida más verde e intensa”.
En Barcelona, el mítico Joan Carulla se anticipó varias generaciones a los “rurbanitas” con su sabroso vergel en la azotea. En Madrid, la gente de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH) lleva tiempo propagando la agroecología por la periferia urbana. Desde Valencia, Santi Cuerda puso la semilla de Huertos Compartidos (donde participan ya 700 personas como propietarios o como hortelanos). También allí, al oreo de la huerta, ha echado raíces 2T Huerting, el estudio-consulting de agricultura urbana del arquitecto paisajista Josep Tamarit, que ha adaptado a nuestra cultura el concepto de “rurbanita”...
“Pienso que asistimos a una auténtica revolución del verde urbano, lo que yo llamo la 'revolución de la lechuga'. Desde su humildad, lo agrícola en la cultura urbana cambia radicalmente nuestra forma de vivir y relacionarnos. Los “espacios huerto” nos modifican como individuos, crean comunidades y nos ayudan a trabajar por una sociedad mejor”.
Tamarit está convencido de que la incursión en el asfalto de lo agrícola y lo comercial no sólo irá a más, sino que a medio plazo “la agricultura urbana será una alternativa muy válida a la agricultura convencional y a la seguridad alimentaria en las urbes”. Lo que está gestando en el fondo es un cambio radical de la cultura urbana, tras el último medio siglo de distanciamiento absurdo del entorno natural.