En 1968, Georges Land realizó un estudio con 1600 niños para analizar la capacidad del pensamiento divergente. El 98% por ciento de los niños de 5 años fueron considerados genios creativos, 10 años más tarde sólo el 38% de esos niños seguían siéndolo, y con

15 años apenas el 12% de ellos podía considerarse genio. La conclusión de este estudio es que la creatividad no se aprende, nacemos con ella. ¿Por qué entonces la perdemos con los años en lugar de desarrollarla?

 

Para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta al menos tres factores fundamentales que inciden simultáneamente en la vida de un ser, emprendedor y creativo innato, en cuanto a su sentido de identidad y sus creencias: el desarrollo personal, la educación y el entorno.

 

 

Desde que el bebé nace, descubre el mundo a través de los sentidos y el movimiento. Pero conforme crece, su exploración está condicionada por límites y normas que van configurando su sistema de creencias. De media, hasta los ocho años, un niño oye la palabra “no” un promedio de 35 veces al día. Conclusión: el niño entiende que experimentar, jugar y arriesgarse está prohibido. Acepta resignado lo que le dicen los adultos, adquiriendo pensamientos limitantes que van mermando su espontaneidad, sus ganas de explorar, de escuchar y probar nuevas experiencias. En este proceso de domesticación, el niño va perdiendo su espíritu salvaje y su libertad en detrimento de los conocimientos transmitidos. Va forjándose una imagen de sí mismo en función de las respuestas de su entorno. Se valorará y confiará en sí mismo si así le educaron.

Creará dependencias si lo sobre protegieron y se exigirá desmesuradamente si le dijeron que era perfecto... Y así inconscientemente, los padres y otros adultos de su entorno, vamos influyendo en la manera en que nuestros hijos perciben el mundo y actúan en él.

La educación también tiene una influencia relevante en que los niños desarrollen o no el máximo de sus capacidades, y ello depende en gran medida de la motivación. Como su nombre indica, la motivación es el motivo para la acción y es un factor clave en el aprendizaje. Si un niño tiene ganas de aprender, aunque tenga dificultades, las superará y adquirirá los conocimientos que ansía. En cambio, es posible que un niño con muchas capacidades fracase a nivel escolar porque la enseñanza le resulta aburrida, sin aliciente para emplear sus habilidades en asimilarla. Por lo tanto, es indispensable tener en cuenta este factor, además de los necesarios recursos pedagógicos, para favorecer el desarrollo del potencial innato que cada uno llevamos dentro. Volver al aprendizaje natural que se desprende de la experimentación a través del movimiento de nuestro cuerpo y nuestros sentidos nos ofrece una gran oportunidad para explorar desde el “sentir, hacer y pensar”, enriqueciendo nuestras vivencias cotidianas. Este enfoque requiere un interés mayor por parte de los educadores, ya que exige una mayor implicación de los niños para ejercer su papel de protagonistas en su educación. Dejan de ser actores pasivos, que reciben conocimientos que tienen que digerir sin más, para convertirse en actores principales de su propio crecimiento personal.

La sociedad en la que vivimos nos inunda de estímulos tecnológicos a los que tenemos que responder de forma casi constante. Todo va rápido: el tiempo, las comunicaciones,

las relaciones, las comidas, incluso la diversión... Todo parece una cuenta atrás contra el tiempo. En este entorno de prisas y estrés permanente, nuestros hijos están acostumbrados a atender a varios estímulos a la vez: nuestra voz, la música, la tele, el ordenador, la tablet, los video juegos y los twits ...

Esto genera una distorsión permanente de la atención, que se divide en varios focos a la vez y, tan a menudo que, para los niños acaba siendo lo normal. Pero cuando llegan a clase todo cambia. Allí encuentran un único estímulo, la maestra, y un sólo canal solicitado, el auditivo. En ocasiones, esto provoca una desconexión por parte de los niños, que se aburren por la falta de estímulos atractivos en la forma de transmitir el conocimiento.

¿Que podemos hacer para mejorar esta realidad?

Tenemos la responsabilidad de implicarnos en la educación que queremos para nuestros hijos. Podemos empezar por inculcarles unos valores éticos universales que van más allá de cualquier religión o nación: el amor incondicional, la generosidad, la compasión, la amistad, el respecto, la tolerancia, la humildad, la ecología... Valores vitales y básicos que fomentan una apertura de mente sin miedo hacia un desarrollo personal holístico y armonioso con su ser creativo, en sintonía con un entorno sano y favorable a su crecimiento.í mismo, estaría bien dedicar a nuestros hijos más tiempo de calidad para conversar, escucharles y dejar que nos transmitan su sabiduría, sus inquietudes y sus talentos. Que sepan lo afortunados que somos de compartir y entender su opinión; y agradecérselo.

Podríamos aprender a acompañarlos en su camino sin condicionarlos por nuestros propios miedos, elogiando sus talentos y aceptando sus dificultades......

A veces, es tan fácil dejarse llevar por la inercia que nos rodea, que hay que ser muy consciente y coherente con lo que uno quiere para favorecer ese cambio de realidad que todos queremos vivir con nuestros hijos. Y ese cambio pasa por nosotros....

Para favorecer esa actitud es tan fácil como recordar que ”el niño es el padre del adulto”

y que por lo tanto, nosotros , padres y educadores, hemos de reconocer y reencontrarnos con nuestro niño interior, sabio y creativo, para volver a ser catalizadores del afán de aprender de nuestros niños, disfrutando del néctar del conocimiento vía el Sentir, el Hacer y el Pensar. Y como se dice popularmente <<no hay edad para aprender...>>

“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo” Benjamin Franklin


Mónica Carbonell

Formadora de Brain Gym

Equipo de Educación Creativa de la Red Sostenible y Creativa

Ponente en la Jornada "Educando para la nueva realidad"