POR JAVIER CARBONELL, PSICOTERAPEUTA 

La baja autoestima y la alta autoestima son las dos caras de una misma moneda: la de confundir la conducta con la valía del ser humano. La persona con alta autoestima no es muy diferente que la persona con baja autoestima, lo que los diferencia es que uno utiliza Auto-valoraciones positivas y el otro negativas en función de sus conductas, es decir se juzga a sí mismo en función de sus conductas. Así cuando una persona se evalúa a sí misma como buena o mala en función de lo que hace está cometiendo el error de la generalización. “Soy el mejor” o “Soy un desastre”. La utilización del verbo SER es una generalización y por tanto un error de precisión del lenguaje, ya que cuando decimos que somos una cosa, obviamos que no somos solo una cosa sino múltiples cosas y no solo un conjunto de conductas y que por tanto podemos cambiar. El verbo SER nos define estáticamente, y eso implica que no podemos definirnos por una conducta o aspecto concreto, dado la multiplicidad de conductas y aspectos que adoptamos.

 

No podemos valorar una persona en función de su conducta, ya que categorizarla como buena o mala significa que siempre actúa bien o mal y eso no es cierto, y aunque actuara bien hasta el momento no podríamos predecir si la próxima vez lo haría bien o no. No somos buenas o malas personas sino personas que hacen cosas buenas y malas, pero no podemos juzgar la esencia de la persona. Somos seres humanos, y como falibles que somos, hay veces que actuamos mejor que otras pero eso no significa que seamos peores o mejores personas. La valía del ser humano no puede ser descrita a partir de una conducta determinada. Tenemos múltiples conductas, como profesional, padre, hijo, amante, y no podemos juzgarnos en función de una conducta ni aunque esta fuera muy importante para nosotros.

 

Tanto la alta autoestima como la baja autoestima es causa de mucho dolor emocional: ansiedad, depresión, rabia, etc... Confundir la conducta con la valía del ser humano es fuente de muchas falsas necesidades y exigencias del tipo “Tengo que conseguir este objetivo, o de lo contrario seré un fracasado”; “Necesito tener pareja, y si no la tengo querrá decir que soy un solitario”; “Ella tendría que ser más considerada y darme lo que quiero, sino es una mala persona”.

 

En lugar de autoestima, es mejor trabajar la aceptación incondicional ilimitada de uno mismo, de los otros y de la vida. Aceptarse incondicionalmente uno mismo y a los demás, es aceptar  aquellas conductas o aspectos de nosotros mismos y de los otros que no nos gustan e incluso nos desagradan. Aceptamos incondicionalmente la vida tal y como realmente es en lugar de exigir que sea diferente a como es. Aceptación no es resignación, abandono, sino que por el contrario es intentar cambiar aquello que se puede cambiar y aceptar aquello que no se puede cambiar, y no juzgarse a sí mismo ni a los demás en función de la conducta, ni de las circunstancias que nos ocurren en la vida.

 

El lenguaje de la aceptación es diferente y la emoción consecuentemente también. Nos decimos “es preferible lograr este objetivo que me he propuesto, pero si no lo logro eso será una frustración y probablemente me sentiré incómodo y molesto por ello, pero no deprimido o rabioso. Quizás no sea la persona con más éxito del mundo pero ello no me hace peor persona. Puedo aprender de mi error o mejorar mi habilidad, y pueda que tenga otros éxitos en el futuro”. No por ello te haces una persona inútil, sino una persona con una conducta menos exigente”. La persona con estos diálogos internos, cambiando las exigencias por sanas preferencias y no juzgándose ni a sí mismo ni a los demás, se sentirá sanamente frustrado y algo quizás molesto por ello, pero no deprimido. El ser humano no puede controlar los acontecimientos pero sí la manera de vivirlos. Uno se crea su propio destino emocional.

 

En resumen somos responsables no de lo que nos ocurre en la vida, pero sí de cómo lo interpretamos y de cómo lo vivimos. En la medida de que seamos capaces de aceptarnos incondicionalmente a nosotros mismos y a los demás, siendo mucho menos exigentes, puede que sintamos en determinados momentos cierto grado de frustración pero no de sufrimiento emocional y esto sin duda contribuye a que estamos más en paz con nosotros y con el mundo que  nos rodea.