“Yo formo parte de una generación que ha perdido la confianza en su democracia.”

 Pronuncié esta frase hace unos días como conferenciante y al ver que las expresiones se generalizaban en todo el aforo, me di cuenta que la decepción y el desaliento no solo radican en mi generación. Cada día sentimos menos esa confianza esperanzadora que antaño nos impulsaba a regalar un voto político a el partido que aportara respuestas coherentes a nuestras preguntas y soluciones democráticas que contagiaran ese flujo optimista entre el pueblo.

 La sensación de impotencia que compartimos ante políticos corruptos, ante estratos sociales elevados que se enriquecen de forma exponencial, y ante empresas multinacionales que nos manipulan como títeres, es realmente sobrecogedora.

 

 El pueblo tiene el poder? Aún es legítimo?

 Durante las últimas décadas, este poder se ejercía en un proceso democrático, en el cual se votaba a favor de líderes políticos que representaban las voluntades, deseos y el mejor interés de la mayoría del pueblo.

 Pero han cambiado las reglas del juego.

 Hoy, son los mercados quienes dictan las políticas en todo el mundo, ya que abren y cierran el acceso a crédito para los países endeudados. Y los mercados no son más que instituciones financieras y empresas multinacionales.

 Y nuestro voto a favor de cada una de estas instituciones ocurre todos los días. Cada vez que compramos un producto en un supermercado, estamos aprobando la forma de producir, de promocionar, de vender y finalmente de repartir el beneficio de estas empresas.

 estamos votando cada día con nuestra tarjeta de crédito.

 El mismo momento en el que el pueblo, nosotros, tomamos conciencia de ello, tendremos el poder de cambiar nuestro sistema económico y político, y de crear una auténtica economía del bien común.

 

Daniel Muigg

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