Sabemos cuidar del cuerpo y transformarlo si hace falta; podemos cambiarnos la nariz, si no nos gusta la nuestra, pero ignoramos como cambiar o transformar nuestro espíritu, ese espíritu confundido que a veces nos lleva al desastre porque se aleja cada vez más de la naturaleza de las cosas, nos separa de la realidad y nos impide retener el sentido de la vida

Una gran parte de los problemas y desgracias que padecemos surgen del error de tomar la vida como un fin en si misma.

Nos hemos educado y crecido como buenos cartesianos y sufrimos por ello. Somos hijos de la teoría del conocimiento la cual se basa en  la radical separación del sujeto que piensa o conoce y del objeto conocido o pensado.

La cosa que piensa, es decir “yo”, no tiene más necesidad de otro objeto que de si misma para ejercer su acción, aunque pueda también extenderla a las cosas materiales cuando las examina, dualidad de la que resulta este pensamiento rector que se cree independiente, no interdependiente, con el que investigamos la realidad como algo ajeno a nosotros, como una cosa u objeto extraño a nuestra propia naturaleza.

Desde este constructo de pensamiento, explicar algo significa alejarnos de ese algo, sea el hambre en África, la destrucción del planeta, las guerras devastadoras.

La distancia nos ha  impedido asumir lo que piensan o sufren los otros como algo propio, lo lamentamos durante el tiempo que lo lamentan los medios  de comunicación pero en realidad somos incapaces de contemplar otra realidad que no sea la del “yo pienso”.

Así que en eso estamos, explicándonos lo evidente, lo brutalmente evidente, sin actuar en consecuencia.

Al aceptar esta manera  de considerar las cosas nos colocamos las lentes del racionalismo cartesiano que hemos mamado desde la escuela. Este cómodo (¿) realismo que separa el cuerpo del alma, la razón de la emoción, haciéndonos creer en dos realidades , dos entidades allí donde no hay dualidad.

Hemos vivido entre el cuerpo y el alma, entre la madre y el hijo, entre la casa y el habitante, el exceso y la carencia, como si esto pudiera existir por separado…y nos hemos perdido. Este pensamiento nos automutila, no nos permite conectar con la realidad, con  nuestra realidad y en lugar de quedar impresionados, nos hemos quedado dormidos, anestesiados en este frío racionalismo que nos impide conectar intima y realmente con  nosotros y con aquello con lo que coexistimos.

Hemos sido  demasiado intelectuales, no es necesario tener estudios para ello.

Nos abstraemos porque nos duele la realidad, Nos sustraemos de lo evidente adentrándonos en sus entresijos, fijándonos en sus divisiones, en sus partes, clasificaciones y divisiones. Lo hemos fragmentado todo y ante tantos trocitos, terminamos por perdernos, complicarnos, asustarnos y optamos por desconectarnos hechos un lío.

Frustrados y angustiados hemos consumido las  medicinas (consumo, egocentrismo, indiferencia, insolidaridad, abuso…) que el propio sistema que nos arruina existencialmente nos suministra.

Venimos pensando demasiado en nada.

La teoría del conocimiento ha ignorado  totalmente la naturaleza global e interdependiente del ser mismo y de su entorno. Es responsable directo del desastre ecológico y de los males en los que vivimos. Esta mente codiciosa e intelectualoide esta detrás de todo ello y viene resumiendo la realidad como un espacio en donde nos comemos los unos a los otros y esta situación la hemos elevado al rango de Ley natural.

Ya no es suficiente saber cosas. Hemos de levantar la mirada de nuestro pequeño ombligo.  Es necesario levantar la mirada y dejar de confundir la vida con la cesta de la compra.

…y hemos empezado a darnos cuenta. Sabemos que este sistema de pensamiento se cae, no se sostiene y que no se combate con revoluciones sangrientas y políticas sino con compromiso, conciencia y en silencio……sin hacer ruido y trabajando desde la rigurosidad con amor y humildad, frente a los viejos patrones de desigualdad y desencuentro

Poco a poco estamos empezando a darnos cuenta de que todo esto en lo que nos hemos visto sumergidos produce dolor, injusticia y sobretodo desigualdad…y esto nos hace infelices a todos.

Poco a poco las personas, que son las que mueven este mundo, tu y yo, estamos comenzando a levantar la mirada y a darnos cuenta de  que es entre todos/as que podemos cambiar las cosas. Podemos recuperar desde nuestros valores humanos de comprensión, de solidaridad, de generosidad, de paz, de comunicación no violenta, un mundo más justo y más humano.

Estamos en un momento histórico, de cambio de era, de cambio de paradigma en el que recuperar el cuidado de las cosas que nos gustan y nos dan calma interior y por tanto placer, son caminos que pueden ayudarnos y ayudar a nuestro planeta. Estamos dándonos cuenta de que valorar la necesidad de un consumo sostenible, de comercio justo, de ocio ecológico y espiritual es necesario y vital para mantener nuestro equilibrio psicosomático, además de una garantía para no embrutecernos.

Por fin nos estamos dando cuenta de que lo importante, lo que nos hace humanos no son nuestras diferencias sino nuestros puntos de encuentro, pues la realidad es que tu y yo no somos diferentes. Disponemos de una fuerza cohesiva que alimenta nuestra fuerza expansiva y creadora: el Amor.

Amor como fuerza de atracción que une, ordena la materia, los cuerpos, los átomos y alimenta la luz que todos/as llevamos en nuestro interior.

No estamos en crisis, estamos saliendo de una era de oscuridad y empezamos a ver.

nacho montero-ríos gil.

Psicólogo especialista en Clínica.

Terapeuta Craneosacral Biodinámico.

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