En la página 46 de una encíclica que urge una y otra vez a los políticos a liberarse del yugo de los poderes económicos y gobernar a favor de la gente y de la tierra, el papa Francisco se hace una pregunta que parece una llamada a la revolución: “¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario?”. La primera encíclica escrita íntegramente por Jorge Mario Bergoglio logró ayer una expectación inusitada durante su presentación en el Vaticano, en la que intervinieron un científico laico y un representante del patriarca ortodoxo de Constantinopla.
Hasta el jesuita Federico Lombardi, uno de los más veteranos del lugar, reconoció que en los 25 años que lleva trabajando en el Vaticano jamás había presenciado una expectación “tan intensa, prolongada y global” ante la publicación de un documento pontificio. Una parte puede deberse al predicamento mediático de Francisco. Y otra no menor a las críticas preventivas de sus detractores. Desde hace muchos meses, sectores conservadores de dentro y fuera de la Iglesia —en especial los estadounidenses— venían recomendándole al Papa que se abstuviera de intervenir en asuntos científicos. No se descarta que desde dentro del Vaticano, donde los sectores más reaccionarios siguen teniendo sucursal abierta, les fuesen filtrando algunos detalles preocupantes para sus intereses políticos, económicos y financieros. La publicación de la encíclica Laudato si’ (Alabado seas, tomado del Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís) ha confirmado sus temores.
Aunque Francisco se esfuerza en demostrar con abundantes citas que sus inmediatos antecesores —Benedicto XVI y Juan Pablo II— ya dijeron cosas por el estilo, o las dijeron en latín o no colocaron bien el acento, porque nunca la repercusión fue tan grande. Durante las 191 páginas de la encíclica, dividida en seis capítulos, Jorge Mario Bergoglio acusa con dureza a la política de sumisión ante los poderes económicos financieros. Hay un párrafo en la página 46 que contiene la música de toda la encíclica. En la primera parte, el Papa formula una propuesta, en este caso para evitar el desarrollo de armas químicas o biológicas: “Se requiere de la política una mayor atención para prevenir y resolver las causas que pueden originar nuevos conflictos”. Y, a continuación, se muestra crítico y pesimista ante la actitud de los gobernantes: “Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a ese esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras”. Es entonces cuando se hace la pregunta de para qué sirve perpetuar un sistema político que no interviene cuando es “urgente y necesario” hacerlo.
En el ecuador de la encíclica, Jorge Mario Bergoglio advierte a los gobernantes de que su discurso contradictorio —una libertad económica que en realidad solo beneficia a los poderosos— “deshonra a la política”. En la página 128, recrimina a políticos y empresarios por reaccionar “con lentitud” al desafío de las energías renovables, mientras que en la sociedad civil sí se ha generado un gran debate. Unas cuantas páginas más adelante, vuelve a denunciar que el poder económico-financiero de carácter transnacional “tiende a predominar sobre la política”. El Papa utiliza aquí un ejemplo de rabiosa actualidad y un lenguaje que bien podrían asumir los activistas más críticos con el actual sistema económico.
“La política no debe someterse a la economía”, clama Francisco, “y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que solo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación”. El Papa alude a la crisis financiera que se inició en 2007 como la ocasión perdida para haber desarrollado una “nueva economía más atenta a los principios éticos”.
El Papa eleva aún más el tono de su llamada de atención: “El drama del inmediatismo (sic) político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los Gobiernos”. Y se permite un consejo: “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación”.
Pero si hay que escoger un párrafo que reúna todo el enfado y la desesperanza de Francisco, hay que irse casi al final: “La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan solo por el rédito económico y otros se obsesionan solo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles”.
Una encíclica, la primera escrita de puño y letra por Francisco, que a veces es un grito y a veces un llanto: “El gemido de la hermana tierra se une al gemido de los abandonados del mundo”.
Dice Jorge Mario Bergoglio que a los excluidos nadie los tiene en cuenta, que a veces se les considera "un mero daño colateral". Y añade que una buena parte de la culpa la tienen los periodistas: "Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial".
“Este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos”.
“Conviene evitar una concepción mágica del mercado”.
“La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto el derecho a la propiedad privada”.
“Llama la atención la debilidad de la política internacional”.
“El gemido de la hermana Tierra se une al gemido de los abandonados del mundo”.
“Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial”.
“La tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aún el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora”.
‘Mater et magistra’, promulgada por Juan XXIII en 1961, obtuvo, como la encíclica de Francisco, un gran eco para la época. En ella, el llamado Papa bueno sostenía que “la economía debe estar al servicio del hombre”.
En 1963 —el año de su muerte—, publicó 'Pacem in Terris', una defensa de la paz entonces amenazada por la crisis de Cuba.
De las encíclicas de Pablo VI se puede destacar la 'Populorum Progressio' (1967), y de Juan Pablo II, la 'Laborem exercens' (1981) y la 'Centesimus annus'.
Fuente : El PAíS
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