Un día inolvidable en el Bosque de Alimentos de Juan Antón.

El día nos regaló un bello amanecer y prometía permitirnos disfrutar de una jornada cálida y con mucha luz, y lo cumplió. De buena mañana, nos reunimos cerca de 25 personas dispuestas a pasar una agradable experiencia de aprender y compartir, la mayoría llenas de curiosidad por conocer el proyecto del que previamente habían leído y tan bien les habían hablado sus amistades y compañeros, el Bosque de Alimentos de Juan Antón. Tras repartirnos en unos pocos coches, el viaje desde Valencia trascurrió tranquilo y en cerca de media hora llegábamos a las puertas de la finca, donde Antón nos esperaba con una gran sonrisa, dándonos la sensación de llegar a nuestro propio hogar. Las presentaciones fluyeron nada más llegar y en un momento ya nos habíamos situado para prepararnos a iniciar la visita. Con su naturalidad propia, Antón empezó explicándonos como se había iniciado el proyecto a partir de un campo de naranjos en producción y cómo poco a poco fue transformándolo empezando a introducir otros árboles, únicamente segando la hierba espontánea y regando cada 21 días. Después empezó a introducir algunas plantas hortícolas de las que algunas se fueron asilvestrando, como es el caso de las acelgas y los tomates cherry. Luego llegaron las plataneras y los nogales, cuyos frutos se convirtieron en su almuerzo habitual. Por último, los frutos caídos de los árboles plantados empezaron a producir arbolitos espontáneos de todo tipo que Antón fue seleccionando según le interesaba. Tras un poco de historia del huerto, la visita siguió dentro de la terraza-invernadero, donde la gente empezó a creer de verdad que era posible producir tomateras, pepinos, lechugas, etc, con un par de mesas y unas cuantas jardineras. Ninguno de los asistentes podía poner ya en duda este tipo de producción de terraza, ante la vista de tanta exuberancia de las plantas y todos los frutos visibles. Aprovechando que todos estábamos dentro de la casa, Antón nos enseño sus herramientas y máquinas para ser más autosuficiente: máquina del pan, máquina de leche de soja, abridor artesano de nueces, molinillo para hacer harina de pan, etc… Las caras de los que estaban allí no dejaban su expresión de asombro, cómo si se les descubriera un mundo de posibilidades y creatividad. Por fin iniciamos la visita por dentro del Bosque de Alimentos y el grupo siguió atentamente las explicaciones de Juan Antón, que comentaba los árboles que más le gustaban, cogía y enseñaba humus del suelo de dichos árboles, explicaba su evolución hasta su tamaño actual, los identificaba, enseñaba sus frutos ya presentes o en formación,… todo esto pasando por los impresionantes y abundantes aguacates, el bosquecillo de bambú, la selva de las plataneras con sus raspas de plátanos colgando y su gran flor al final, etc… El tiempo pasó agradablemente bajo la semisombra de los árboles y el cálido sol, aunque todos empezamos a sentir “un vacío estomacal” y acudimos de vuelta a la casa para preparar la comida que habíamos traído para compartir. En un momento apareció un increíble despliegue de comida casera, el ambiente inundado de aromas, el intercambio de muestras para probar, pero de repente….sorpresa…el vecino de Juan Antón anunciaba que su mujer nos había preparado una paella hecha de leña y nos pidió que en lugar de comer hiciéramos un “picoteo” con lo que habíamos dispuesto. Esto nos hizo entrar aun más en este mágico espacio del Bosque de Alimentos, donde todo parecía posible, donde incluso los vecinos de Juan Antón eran gente generosa y agradable. ¿Se podía pedir más? La sobremesa fue el punto de compartir desde el corazón, con confianza sobre inquietudes, sueños, proyectos, ilusiones y en general sentimos una energía de grupo que nos llevó a hablar de futuros proyectos juntos: bosques de alimentos, huertos comunitario, talleres, colaboraciones y muchos más proyectos. Finalmente todos teníamos un brillo de esperanza en nuestros ojos y deseábamos que lo que habíamos sentido no acabara allí. Con la llegada del atardecer, el sol empezó a despedirse de nosotros, pero no sin antes permitirnos unos minutos de despedida desde el corazón, en silencio, en círculo y cogidos de la mano, saboreando la experiencia del día, el ambiente, las sensaciones, los olores. Antes de partir, Juan Antón nos regaló una feliz historia de su estancia en Honduras, donde ayudó a plantar 1500 árboles y a ganarse la vida a varias familias, con sus ahorros de dejar de fumar, y nuestro corazón se llenó más aún de esperanza y confianza en nuestras posibilidades. El mañana depende de nosotros y Juan Antón nos demuestra que nuestro potencial creativo para mejorar nuestra vida no tiene límites. Jose Luis